He aprendido a no esperar nada a cambio.
Por Dianne Medrano
Llega diciembre y es normal que en esta época del año caigamos en la tentación de llenarnos de cosas, de comida, de pendientes, de gente, de expectativas…
No obstante, este 2025 —que ha sido un año grandioso y retador, uno de imposibles que se volvieron posibles y de pérdidas que dolieron pero que abrieron espacio para mejores adquisiciones— entendí algo que cambió mi forma de caminar por la vida: si quiero andar liviana, la única que lo puede hacer posible soy yo.
No me malinterpreten, me encanta comprar, regalar, sorprender… Sin embargo, he descubierto que nada pesa más que aquello que uno carga en silencio: emociones que no procesamos, vínculos que ya no suman, historias que ya cumplieron su ciclo… Y nada libera tanto como decidir que, por encima de las cosas, quiero llenarme de momentos, de presencia y, sobre todo, de gente buena.
Porque si algo me marcó este año fue la gente. La que sumó y también la que restó, la que acompañó y la que decepcionó, la que abrió puertas y la que me enseñó a cerrarlas.
En medio de todo ese movimiento humano entendí que no se trata del qué, sino del cómo. ¿Cómo quiero vivir? ¿Cómo quiero amar? ¿Cómo quiero construir? ¿Cómo quiero soltar?
Me costó dejar ir. Muchísimo. Me costó aceptar que no puedo amarrarme a emociones que cambian con el viento, sino aprender a vibrar en libertad, con la certeza profunda de que el que quiera estar, estará; y el que quiera irse, pues está en su libertad. Eso, aunque suene simple, es profundamente sanador.
He aprendido a no esperar nada a cambio. Ya no tengo expectativas, abro mis alas día con día dejando que la vida me sorprenda. Aprendí a no medir a las personas por sus decepciones sino por las bendiciones que traen y a agradecer enormemente las cosas positivas mientras elimino las negativas. Decidí que quiero ver menos con los ojos heridos y más con los ojos de Dios.
Descubrí que la reciprocidad no es un intercambio de favores, sino un intercambio de verdades, de amor honesto y de presencia auténtica, aunque haya distancia o poca frecuencia. Es ese vínculo limpio que no pesa, que no exige, que solo fluye.
Hoy doy gracias por los seres de luz que llenan mi vida, por los que impactan sin ruido, por los que enseñan sin darse cuenta, por los que hacen que todo se sienta posible. Gracias porque llenan mi corazón de la única riqueza que no caduca: la emocional.
Por eso, este cierre de año lo quiero distinto. Lo quiero liviano. Lo quiero mío.
Entendí que la vida no se trata de acumular, sino de agradecer, soltar y abrazar solo aquello que te expande. ¡Con esta resolución me siento liviana, libre y capaz de todo!




