¿Padece su hijo de dislexia? Esto le puede ayudar a curarlo
Una de cada cinco personas tiene dislexia, según el Centro para la Dislexia y la Creatividad de la Universidad de Yale.
Por BBC Mundo
Un grupo de científicos franceses cree haber descubierto la causa de la dislexia, la dificultad para leer que se da en individuos que, en principio, no presentan ninguna condición física ni mental que pueda explicar este problema.
Una de cada cinco personas tiene dislexia, según el Centro para la Dislexia y la Creatividad de la Universidad de Yale, el cual asegura que se trata del trastorno de aprendizaje más común.
Pese a estar tan extendida, todavía es poco comprendida.
Hasta hace poco más de un siglo, los doctores creían que se trataba de una especie de «ceguera congénita para las palabras«, y no fue hasta 1887 que el oftalmólogo alemán Rudolf Berlin acuñó el término «dislexia».
Pero dos investigadores aseguran haber terminado con el misterio de su origen.
Una pequeña zona decisiva
Los científicos Guy Ropars y Albert Le Floch de la Universidad de Rennes estudiaron los ojos de un grupo de 30 personas disléxicas y de otras 30 que no lo eran.
Su observación se concentró sobre todo en la fóvea, una pequeña fosa que se encuentra en la retina.
La fóvea enfoca los rayos luminosos y, por ende, constituye el punto de máxima agudeza visual. Cuando uno se concentra en observar una cosa específica, está utilizando su fóvea.
Los ojos cuentan con dos tipos de células fotorreceptoras, es decir, que procesan la luz: los conos y los bastones.
Gracias a los bastones podemos ver en un cuarto poco iluminado. Pero son los conos los que nos permiten distinguir los colores.
La mayor parte de los conos se encuentran en la fóvea y son de tres clases: los sensibles a la luz roja, a la verde y a la azul.
La fóvea enfoca los rayos luminosos y, por ende, constituye el punto de máxima agudeza visual. Cuando uno se concentra en observar una cosa específica, está utilizando su fóvea.
Los ojos cuentan con dos tipos de células fotorreceptoras, es decir, que procesan la luz: los conos y los bastones.
Gracias a los bastones podemos ver en un cuarto poco iluminado. Pero son los conos los que nos permiten distinguir los colores.
La mayor parte de los conos se encuentran en la fóvea y son de tres clases: los sensibles a la luz roja, a la verde y a la azul.
Le Floch y Ropars descubrieron que las fóveas de ambos grupos de personas estudiadas diferían.
Sin ojo dominante
La fóvea tiene un pequeño agujero de entre 0,1 y 0,15 milímetros de diámetro donde no hay conos azules.
La mayoría de personas tienen un ojo dominante al que el cerebro hace más caso que al otro a la hora de procesar las imágenes que le llegan.
En los no disléxicos, el hueco de la fóvea del ojo dominante es redondo mientras que el del otro ojo tiene una forma irregular.
En los disléxicos, en cambio, los agujeros de ambos ojos son redondos. Esto significa que carecen de un ojo dominante, según los investigadores.
Esto confunde al cerebro, ya que un ojo le proporciona una imagen y el otro, a modo de espejo, le da un reflejo de la misma, según explica el artículo que publicaron esta semana en la revista científica de la Real Sociedad de Londres para el Avance de las Ciencias Naturales (conocida en inglés como Royal Society).
Este descubrimiento ayudaría a facilitar el diagnóstico de la dislexia.
Sus síntomas no siempre son tan obvios, por lo que pueden pasar varios años antes de que padres o maestros sospechen de que un niño es disléxico.
Esto ocasiona estrés y hasta depresión a algunos pequeños, que no entienden por qué aprender les cuesta más que a otros.
Pero si Ropars y Le Floch están en lo cierto, bastaría con revisar los ojos de una persona para confirmar o descartar la dislexia.
¿Con cura?
La dupla de científicos también cree que, en base a su descubrimiento, se puede desarrollar una cura.
Las imágenes captadas por los ojos no llegan a los hemisferios del cerebro correspondientes al mismo tiempo.
Una se atrasa 10 milésimas de segundo, lo que permite «desarrollar un método para borrar el reflejo que tanto confunde a los disléxicos», explicó Ropars al periódico británico The Guardian.
Su equipo utilizó una lámpara que emitía luces LED a tanta velocidad que las mismas se hacían invisibles a simple vista, pero conseguían anular una de las imágenes en el cerebro de los disléxicos cuando leían.
Algunos participantes la llamaban la «lámpara mágica», comentó Ropars, que admitió que se necesitan más pruebas para comprobar su efectividad.