A los niños, ¿cómo hablarles de una muerte?

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A los niños, ¿cómo hablarles de una muerte?

Un tema muy difícil de hablar. Aquí algunos consejos de cómo sobrellevar esta situación con los pequeños de la casa

Por La Prensa

Como padres, muchas veces quisiéramos no confrontar a nuestros hijos con temas difíciles. Es más, preferiríamos evitarles asuntos demasiado complejos o terribles.Sin embargo, también sabemos que ocultar las cosas no es una buena solución. ¿Pero cómo se le puede transmitir a un niño algo tan difícil como la aparición de una enfermedad grave en la familia o la muerte de un ser querido?

Hay algunas interrogantes fundamentales que todos nos hacemos al planteársenos este problema.

¿Cuándo les decimos algo a nuestros hijos?

“En el momento en el que la vida cotidiana del niño se ve afectada por la noticia, es mejor hablar con él”, recomienda la especialista Heidemarie Arnhold, quien señala, además, que es bueno tratar el tema incluso aunque el impacto en la vida de nuestros hijos no sea directo, porque, de hecho, también notarán que sus padres están tristes.Ya por ese motivo puede ser muy bueno tomarse el tiempo de hablar con los pequeños para explicarles la situación.

¿Qué debería decir y qué no?

No hay que decir demasiado poco, pero tampoco sobrecargar a un niño con informaciones. Por supuesto que uno no le contará todo lo que le relataría a un adulto y, además, es fundamental transmitir lo que ocurre en un lenguaje que se adapte a la edad del niño.

¿Cómo sé que está entendiendo?

La pauta más clara se la darán las preguntas del niño, que además le servirán como punto de orientación sobre qué decir y qué no.
“Si el pequeño no muestra interés, los padres no tienen por qué seguirle contando detalles”, advierte Arnhold.En cambio, si los niños plantean preguntas, que incluso pueden derivarse del tema, es mejor no dejarlos solo con sus interrogantes. Si preguntan cosas como qué viene después de la muerte, es bueno responder. Aunque usted tampoco tenga una respuesta clara, másvale admitir precisamente eso y decir que uno tampoco lo sabe en lugar de evadir esa preocupación.

¿Cómo explico una muerte?

Es un tema con el que todos nos vemos confrontados tarde o temprano. Si usted es religioso, puede que su respuesta le acerque al niño la concepción de un alma.“La abuela murió y ahora nos mira desde el cielo” sería una de las directrices posibles. Y si usted no fuese religioso, se pueden pensar alternativas que tienden más bien a decir que “la abuela murió, y siempre que la queramos tener cerca podemos pensar en ella”.De uno u otro modo, es importante que el niño también tenga un ritual de despedida, que pueda hacerle un dibujo a la persona que falleció o dejarle flores en el entierro.Si lleva a su hijo al entierro porque tenía un vínculo muy cercano con esa persona, explíquele antes adónde irán, siempre de un modo adecuado para su edad.

¿Los adultos debemos ocultar la tristeza?

No. Por supuesto que no sería bueno sobrecargar a los menores con un dolor o luto muy profundo, pero sí es bueno mostrar los sentimientos.Los niños, de ese modo, comenzarán a entender que en la vida pueden pasar cosas terribles, pero que mamá no por eso se va a dejar de ocupar de ellos y que uno, incluso después de momentos terribles, se sobrepone.

¿Es mejor hablar con los hermanos por separado?

Al contrario, lo mejor es tener una conversación familiar, aunque los niños se lleven muchos años.  El encuentro generará una sensación de comunidad, un motivo común a todos los convocados, y ayudará a que los hermanos menores se apoyen en los mayores.

¿Cómo se evitan los malentendidos o posibles sentimientos de culpa?

Antes de hablar con los niños, es bueno pensar bien qué palabras se escogerán. No es bueno decir, por ejemplo, “la abuela ya no despertará” o frases similares porque los niños pueden entrar en pánico a la hora de tener que ir a la cama a dormir.Lo mejor es utilizar palabras lo más imparciales y objetivas posibles. Decir que alguien “ha muerto y que era imposible hacer algo para evitarlo” ayudará a que los niños no tengan preocupaciones o aflicciones adicionales a la pérdida.


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