¿Cómo florecer en la adversidad?

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En estos momentos, los niños y niñas son sensibles a los estados emocionales de sus cuidadores, a lo que sucede en sí y a lo que en ellos genera la situación

Por Revista MJ

Millones de niños y niñas alrededor del mundo están enfrentando la pandemia del COVID-19. Para ellos esta es una experiencia inédita, sobre la cual están desarrollando comprensiones. Acompañarlos a construir un sentido saludable y esperanzador de esta experiencia, podrá ser la línea que divide una experiencia traumática de una que promueve su crecimiento personal. De ahí, la importancia de escuchar a la niñez y acompañarla para hacer sentido de su experiencia de vida durante la pandemia.

Según explica Dra. Anna Christine Grellert, Asesora Regional de Protección, World Vision para Latinoamérica y El Caribe, “el prolongado distanciamiento físico que los niños y niñas han tenido que asumir como sentido de co-responsabilidad cívica, ha generado un impacto en sus vidas: cambios de rutinas de educación y recreación, postergación de metas, sueños e ilusiones, la añoranza por sus amigos y abuelos. Esta dinámica puede traducirse en un sentido de pérdida y falta de previsibilidad en la vida, que, a su vez, genera incertidumbres, preocupaciones y miedos”.

Por otro lado, los niños y niñas también son sensibles a los estados emocionales de sus cuidadores, que también están enfrentando serios desafíos: desempleo, dificultades para proveer alimentos y techo para la familia, pérdida de seres queridos e incertidumbre frente el impacto socioeconómico de la pandemia, entre otros.

Para dimensionar el impacto de la pandemia y el distanciamiento físico en la vida de los niños y niñas, World Vision Latinoamérica ha consultado a más de 15.000 niños y niñas y adolescentes en cinco país de la región. Un 60% de los niños dicen sentirse preocupados de perder el año, 22% dice sentirse frustrados y un tercio señala que siente miedo.

“Por otro lado, la gran mayoría reporta que, junto a la sensación de incertidumbre, a la vez se sienten cuidados y protegidos y que la familia es el lugar donde más se siente amados. Para la niñez, es común la experiencia de manifestar sentimientos encontrados al atravesar una crisis. Aún en su temprana experiencia, los niños y niñas son capaces de encontrar dos, tres y cuatro hasta caras a una misma moneda. Es aquí donde la ternura se constituye en una importante herramienta, pues ofrece al cuidador la sensibilidad para reconocer el arcoíris de emociones que los niños y niñas pueden manifestar en un solo día. Además, provee herramientas para prodigarles contención, consuelo y afirmación”, explica la Dra. Grellert.

Para muchos, la vivencia de esta pandemia puede ser algo así como navegar en medio de una tormenta sin una brújula. Ciertamente, abruma y afecta a la niñez que la enfrenta -en muchos casos- sin mediación afectiva de los padres o cuidadores. Este es uno de los factores de riesgo que más vulnera su salud mental y emocional. En ese sentido, es fundamental no proyectar sobre los niños y niñas las nociones preconcebidas de los adultos cuidadores y educadores sobre los estados emocionales de los niños y niñas, sino escucharlos, hacer preguntas y acompañarlos en la formulación de una explicación saludable a esta experiencia animándolos a proyectarse al futuro con esperanza. Lo anterior implica invitarles a diseñar el porvenir y a explorar cómo quieren contribuir a construir un mundo más solidario durante y posterior a la pandemia.

La especialista sostiene que “la tendencia a aislarse, la irritabilidad, el miedo exacerbado, o la simple necesidad de atención e interacción con su círculo cercano son algunas manifestaciones, y los adultos debemos estar apercibidos para evitar la tendencia a reprimir sus emociones y calificarlas como problemas de conducta, y como resultado imponerles castigos.

Lo que todos necesitamos, y especialmente los niños y niñas, es compresión y contención. Necesitamos el retorno a la paz interior para contar con la capacidad de pensar creativamente cómo asumir los cambios que la pandemia nos ha impuesto”.

La familia, en tanto que espacio de seguridad y sentido de amor, juega un rol fundamental en la contención emocional de los niños y niñas. Un paso fundamental pasa por entender que las emociones de los niños y niñas no son monocromáticas, sino diversas y multicolores y que es válido que pasen de un extremo a otro.

“El duelo ocasionado por las pérdidas vinculadas a la pandemia, cuando son no acompañadas por un cuidador en capacidad de atender con delicadeza y sensibilidad este sufrimiento, se convierte en una Experiencia Adversa durante la Niñez (EAN).  Existe amplia evidencia que las EAN ponen en riesgo la salud mental, física y social del niño  y la niña.  Comportamientos tales como la negligencia, el castigo físico y la disfunción familiar pueden comprometer la salud de los niños y niñas de hoy y adultos del mañana. (Felitti & Anda, 1998).

Por esta razón, el Estado y toda la sociedad deben estar atentos a prevenir la violencia contra la niñez, que aumenta abruptamente durante la pandemia. El cúmulo de Experiencias Adversas durante la Niñez somete al niño al estrés tóxico, que a su vez produce la liberación prolongada y consistente de cortisol –la hormona del estrés- altamente perjudicial para el desarrollo neurológico de un cuerpo en desarrollo. Sus secuelas afectan las capacidades cognitivas y triplican el riesgo de enfermedades crónicas a futuro”, comenta la Dra. Grellert.

En este contexto, la ternura como responsabilidad compartida, representa el cuidado comprometido, sensible, delicado, y compasivo de los niños, niñas y sus cuidadores. Implica superar la noción de ternura como meros besos y abrazos, y asumirla como forma de cuidado interpersonal y social. Solo así, la ternura promoverá la capacidad de florecer en los niños, niñas y cuidadores, aún en el tránsito por la pandemia por COVID-19 y en medio de otras experiencias adversas.

En la medida en que nos convertimos en sociedades donde unos a otros se cuidan con ternura, la actual pandemia, más que una amenaza, se convierte en una oportunidad de replantear relaciones familiares significativas, profundas, empáticas, de feliz complicidad entre unos y otros.


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