Por Dianne Medrano – Utopías de una CEO
El liderazgo no es un camino sencillo, es muy utópico en realidad. Las frases inspiracionales y los webinars nos dan una hermosa guía del camino que deberíamos tomar para ser líderes de catálogo, pero la realidad es que la ruta se vuelve muchas veces tormentosa. Lideramos personas y los seres humanos somos complejos, muy diferentes unos de otros… La cultura, la educación, las experiencias de vida y los valores varían en cada caso por lo que tratar de unificar los perfiles a toda costa puede resultar hasta frustrante.
Siempre pensé que ser “yo misma”, valiente y tener el coraje de abrir las alas me permitiría volar muy alto y guiar a otros a hacer lo mismo, pero la realidad me ha demostrado que no se puede liderar con voz bajita, pidiendo permiso y tratando de hacer de todo y más para satisfacer a cada persona de nuestro entorno; el solo hecho de intentarlo resulta tremendamente desgastante.
Siento que las mujeres, sobre todo, nos pasa frecuentemente que optamos por silenciamos para no incomodar ya que todavía hay quienes creen que estamos diseñadas para complacer, calmar las aguas y a hablar sin perder la sonrisa; que ser una buena persona y mostrar educación es ser suave y que tenemos que seguir bajando el volumen de nuestra voz porque no se ve bien que dejemos salir nuestro rugido.
Sin embargo, llega un momento donde ese aullido contenido ya no cabe en el pecho. Nos empieza a estrujar y nos estrangula desde dentro y es en ese preciso momento en que debemos escuchar la sabiduría de nuestro cuerpo y tomar fuerzas para iniciar un proceso que no es bonito, ni romántico, ni fácil: cambiar.
No se trata de transformarnos radicalmente de un solo golpe; es un proceso que debe saber hacerse tomándose todo el tiempo que sea necesario, atravesando el fuego del dolor, la decepción, la soledad y la incomprensión. Es quemarse por dentro hasta que no quede nada que no sea “UNO MISMO” … ¡Sin poses, sin predisposiciones y sin necesidad de agradar! Es dejar atrás las formas que hemos tomado sabiendo que no eran las propias, ser capaces de despojarnos de los trajes que ya no nos quedan, proceder a quebrar las máscaras que ya no aguantamos usar y empezar a reconstruir las alas recortadas que habías modelado para encajar.
Ese proceso duele porque hay que soltar para permitir que aflore la nueva versión de uno mismo. Un día las cenizas donde caíste se convierten en el terreno fértil para desarrollar esas alas que ya no se quiebran, que ya no se esconden ni se dejan arrastrar. Un día, ya te dejas de traicionar, ya la voz no te tiembla, sino que retumba desde tu interior con un propósito claro, desde lo que crees correcto, sin temor a las consecuencias. Un día, encuentras tu voz sin pedir permiso, la mariposa se da cuenta que liderar desde el alma deja sin fuerzas y empieza a convertirse en un dragón inspirador, no porque pueda arrasar sino porque se atrevió a salir y a renacer.
Dejemos de ser mariposas frágiles, bonitas, obedientes, domesticadas… Dejemos de querer complacer siempre, rompamos con los tabúes que nos encasillan y nos instruyen para jamás tirar fuego ni rugir porque la verdad es que no se puede liderar desde la docilidad. ¡No se puede ser un cordero en tierra de leones! No es malo ser serena, prudente y cuidadosa en los momentos adecuados, pero esas características no se deben convertir en una jaula ni en una desventaja competitiva.
El camino de un líder no es fácil, no es bonito y no es limpio. Constantemente, hay que luchar contra el desencanto, la decepción profunda y el miedo. Además, y quizás lo más duro, en el trayecto nos vemos obligados a despedirnos de versiones nuestras que en algún momento fueron muy funcionales porque nos ayudaron a llegar a sitios que queríamos, pero que ya no alcanzan para el siguiente escalón. Debemos aprender a sentirnos cómodos cuando nos toca incomodar para seguir creciendo, algo que duele, pero transforma.
Así que te invito a dejar de liderar con las alas plegadas. No sigas volando bajito para no incomodar. Puedes seguir siendo colorida, liviana y bonita, pero también poderosa. Convertirse en dragón no significa pasar a ser una persona grosera o mandona; aprender a atravesar, una y otra vez, el fuego del cambio, la incomodidad de ser malinterpretado y el dolor de decepcionar a los demás. Es soltar la necesidad de gustarle a los demás para gustarse uno mismo.
Esta es mi utopía, que podamos evolucionar más allá de lo que el mundo espera de nosotros, que nos atrevamos a ser dragones no para arrasar ni para quemar lo que se ponga al frente, sino para liderar de verdad y lograr los objetivos de negocio. Recuerda: ¡No te conviertes en un dragón fuerte porque quemas a los demás sino porque sobreviviste a tu propio incendio!