By Dianne Medrano (Utopías de una CEO)
Recientemente, tuve la oportunidad de irme de vacaciones a tres destinos únicos: Singapur, Maldivas y Camboya, pasando por Suiza y teniendo la oportunidad de conocer un poco de Zúrich. En otra ocasión les contaré sobre los destinos, los tips más importantes y todo sobre sus mágicos lugares; por ahora quiero abordar el tema de los sentimientos que me embargaron al darme esa oportunidad.
No estaba segura de sí podría realizar esta aventura sin sentir culpa y, sobre todo, si iba a lograr resistir la tentación de estar conectada al WIFI todo el tiempo, ya que suelo tratar de controlar todos los aspectos de mi vida y al irme de vacaciones sola sentía un peso y una ansiedad terribles.
La diferencia de horario me obligó a dejar que las cosas del otro lado del mundo fluyeran en mi ausencia y con el pasar de los días fui entendiendo que, aunque el cerebro, la costumbre y la responsabilidad no querían ceder, por salud mental y física necesitaba mi propio espacio para poder seguir funcionando en mi vida, mantener un equilibrio y cumplir con mis roles de la manera en la que deseo hacerlo.
Esa desconexión me dio la oportunidad de recordar que, más allá de lo que represento en cada uno de mis roles cotidianos, soy una persona con necesidades propias. Permitirme este “escape” me ayudó a realizar que, en el camino de enamorarme de mis funciones como ejecutiva, esposa, mamá y amiga, entre otras, muchas veces dejé mi esencia perdida. No sé si les ha pasado, pero en mi caso, la he perdido varias veces en el transcurso de la vida y el camino de regreso es un laberinto complejo.
Mirando el mar celeste de Maldivas llegué a la conclusión de que por muchos años el objetivo más grande de mi vida ha sido ganarme un lugar dentro del gran rebaño, en aras de eso que llamamos “éxito”. Estando ahí sentada, escuchando el sonido del mar, me preguntaba: ¿qué es lo que significa el éxito para mí? Me percaté entonces que muchas de las decisiones que he tomado están influenciadas por expectativas externas. Me he esforzado por cumplir con estándares de éxito que, a veces, no reflejan mis verdaderos anhelos. Este viaje me recordó la importancia de definir el concepto en mis propios términos y de no perder de vista mis sueños personales.
Les doy un ejemplo. Cuando estaba muy joven mi utopía de vida era surfear, vivir en la playa y andar descalza todo el día, rodeada de perros y con un negocio propio en la playa que me permitiera darme el tiempo para conocerme a mí, lograr mi mejor versión, poder disfrutar de la naturaleza y tener esos momentos únicos de ser una sola con el mar. Sin embargo, la “realidad” o el camino al “éxito” indicaba otra cosa, así que me olvidé de mi utopía, seguí el camino que “DEBÍA” seguir y me esforcé porque fuera la mente la que dirigiera mi vida. No sé si les pasa, pero siento que en el momento en que comenzamos a hacer el check list de nuestros logros de la vida (poseer un buen trabajo, casarse, ser mamá, viajar, estar fit, tener la casa perfecta, cocinar de maravilla, verse joven, cuidar la nutrición de nuestros hijos, llevar una crianza respetuosa, etc.) comenzamos a perder nuestra individualidad y comienza una etapa que yo llamo “el círculo vicioso de darnos la espalda a nosotras mismas”. Entonces, empezamos a sentirnos culpables si añoramos realizar actividades que no contemplan a nuestro círculo cercano o queremos un espacio para nosotras mismas. Es como si debiéramos estar disponibles siempre para los demás y nos autotildamos de malas madres o mal agradecidas por no valorar lo que tenemos y, en consecuencia, vamos apagando ese fuego interno que necesita estar vivo, ese que nos hace vibrar y ser apasionadas a la hora de enfrentar cada una de nuestras labores. Este círculo nos desgasta y termina afectando nuestra salud y la relación con los demás.
En Camboya, la rica cultura y espiritualidad del lugar me ofrecieron una perspectiva renovada sobre la vida. Explorar templos antiguos y sumergirme en las tradiciones locales me ayudó a valorar la simplicidad y la conexión humana. Ese tiempo a solas fue crucial para mi salud y paz interior, y me permitió regresar a mis responsabilidades con una energía renovada y una visión más clara de mis aspiraciones.
Es fundamental que, como mujeres, nos permitamos estos espacios sin sentir culpa. Ahora más que nunca entiendo que priorizar mi bienestar no solo me favorece a mí, sino también a quienes me rodean. Hay que recordar que para cuidar de otros lo primero que debemos hacer es cuidar de nosotras mismas; gracias a eso, hoy siento que soy mejor mamá, mejor profesional, mejor esposa y mejor persona.
En conclusión, decidí viajar por el mundo sin una agenda, descubriendo cada matiz de los lugares que visitaba, observando a la gente, sus vidas, entendiendo a los ancestros y tratando de que toda esa sabiduría de milenios me llenara y me guiara… Me concentré en el momento en el que estaba, aprendí el porqué es tan importante el mindfulness y de lo que realmente se trata desde su fundamento más primario. Gracias ello comprobé que tomar vacaciones en solitario no es un acto de egoísmo, sino una inversión en salud mental y emocional. Nos brinda la oportunidad de redescubrirnos, de fortalecer nuestra autoestima y de regresar a nuestras vidas con una perspectiva fresca y equilibrada. Así que, la próxima vez que sientas la necesidad de un tiempo para ti, abrázalo sin culpa y recuerda que mereces ese espacio para florecer.